NOVELA «LA FAMILIA DE GIUSEPPINA» CAPÍTULO 21

El final del nacimiento es la muerte; y el final de la muerte es el nacimiento.

Bhagavad-Gita (Proverbia.net)

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Capítulo 21: El final de nuestros días

Pasaron los días, los meses. La casa donde supieron vivir Lorenzo y Emiliana fue alquilada por una nueva familia. Emiliana se mudó al centro con Bernardo, le costaba acostumbrarse a la idea de vivir en un departamento, pero como amaba tanto a ese hombre, restaba importancia a las cosas materiales, todo se le asemejaba frívolo. Ella estaba realmente enamorada por primera vez en su vida, pero un sentimiento exasperante de culpa arruinaría su felicidad. No había día que aunque sea por un instante no pensara en que todo lo que sucedió estaba mal. Cuestionamientos azotaban su conciencia, los mandatos de su crianza se presentaban cual demonios torturadores cada día. Trataba de evitarlos, se justificaba, se inventaba explicaciones y excusas a sí misma, pero nada funcionaba en forma definitiva. Todo actuaba como un placebo que duraba apenas 24 horas para retornar al día siguiente la catarata de imágenes del pasado cargadas de culpas atormentadoras con mucho más fuerza.  

Por el lado de su descendencia, Annunziatta y Cinzia, sus hijas mayores, estaban casadas hacía varios años, tenían hermosos hijos y gozaban de matrimonios estables. Nunca se mudaron del Barrio de Barracas, allí vivieron hasta el final de sus días. 

En cambio, Domenica Agustina no había podido formalizar su relación con Santos. Tras la muerte de Lorenzo el chico había quedado muy turbado y se instaló en un departamento en el Centro pero con la idea de, tarde o temprano, regresar a España. Argentina no le había entregado nada grato, solo dolor y pérdidas. Además, el malestar que aquejaba su corazón hizo que vea las cosas con más frialdad, había perdido la inocencia y ya no confiaba en nadie. Por momentos deseaba a Domenica Agustina, pero luego su mente se llenaba de sentimientos perturbadores que empañaban toda posibilidad de amar a la chica sanamente.

Domenica Agustina, muy por el contrario de lo que su madre esperaba, no se hundió en la depresión por los trágicos sucesos, y decidió que miraría hacia adelante para poder remendar algo de todo lo que sentía que había hecho con sus actitudes irreverentes. Continuó con sus estudios artísticos proponiéndose ser la mejor, así encauzando el dolor que sentía a través de un canal útil y fructífero. En sus palabras, “ya había demasiado dolor y culpas por doquier, era momento de un cambio”. Bernardo, siempre empático y cariñoso, le asignaba nuevos profesores para que crezca en la materia y se libere de los entuertos en los que había sido atrapada sin querer. 

La adolescente Giuseppina se paseaba por el departamento cual fantasma. Luego del colegio, realizaba sus tareas prontamente para poder dedicarse a su pasatiempo predilecto, escribir.

Emiliana sentía que en cierto modo, todo se acomodaba salvo su conciencia, y como todo no puede marchar sobre rieles en la vida, un buen día colapsó y le dijo lo que sentía a Bernardo. 

Pobre Bernardo, abatido pensaba por qué no podía ser feliz al lado de una mujer como cualquier hombre. Es que siempre elegía mal? Emiliana parecía una mujer estable, sencilla, de esas que no abandonan a sus esposos, entregadas a su familia y al bienestar de sus seres queridos. Pero, reflexionando, era una falacia, estaba equivocado. Emiliana ya había dejado a un esposo, ya había sido infiel… simplemente – pensaba- no hay personas que hacen “esto o lo otro”, o “son así”, solo hay circunstancias en las que el humano toma decisiones. Emiliana tal vez jamás hubiese permitido que Lorenzo la deje, o bien, jamás hubiese dejado a su esposo para huir conmigo si los acontecimientos no se hubieren sucedido de la forma en que fueron, y mucho menos si yo no hubiese tenido nada seguro que ofrecerle. Es verdad que muchas mujeres permanecen toda la vida al lado de un hombre realmente porque no tienen a donde ir, y no porque sean esposas mártires que den su vida ante la causa familiar. Finalmente – pensaba – es culpa mía. Yo las elijo. Elijo estar con ellas, criar a sus hijos, ser permisivo, más de lo debido… en fin, la vida no me ha dado hijos legítimos, tal vez por ello actúo y elijo de esta manera, no sé.

Lo que había desatado esta catarata de reflexiones fueron las confesiones de su amada Emiliana, clavándole una estaca al corazón del sufriente Bernardo. 

-Bernardo, siéntate, debemos hablar- sentenció Emiliana con tono severo y angustiado. 

Bernardo preocupado, se sentó en la mesa de la cocina, frente a ella, tomó sus manos y en tono cálido, casi trágico dijo:

-Qué pasa mi amor?-

-Querido, sabes, yo te amo. Eso es algo que no se borrará nunca, mis sentimientos hacia ti son los mismos. Pero…

-Siempre hay un pero… sí… – exclamó Bernardo resignado bajando la mirada y retirando sus manos de las manos de su amada.

-Bernardo por favor, escúchame… yo te amo, pero vivo atormentada por mi conciencia. Toda mi vida hice lo que debía, fui criada así. Hasta aquí, en Argentina, a miles de kilómetros de distancia, seguía tomando los mandatos de mi madre a través de las largas cartas en las que me recordaba mis deberes de mujer y esposa. Hoy, ya no están ni mi madre, ni mi padre, Lorenzo o ni siquiera mis hermanos varones con los que he perdido el contacto, pero los dictados están en mí, muy profundamente arraigados y siento la necesidad, imperiosa, de lavar todo aquello que me aqueja…

-Entonces?…- preguntó intrigado Bernardo.

-Entonces… hablé con el Padre Lombardo del Sagrado Corazón de Barracas… 

-Sí… y?…-

-Me ofreció permanecer en un convento en la provincia de Córdoba, a cambio de que ayude en los quehaceres a las monjas que viven allí… son… tareas de caridad… y… es como un retiro espiritual…

-Pero, es por un tiempo? No?… Emiliana… puedo esperarte…-

-Bernardo, querido, qué bueno eres… pero… el Padre Lombardo confía en que me Ordene… – hizo así su confesión Emiliana, pensando que si entregaba su vida a Dios podría revertir todo un pasado que ella consideraba pecaminoso y repleto de errores.

-Emiliana… yo… estás segura? Y tus hijas? Las abandonarás?- Bernardo trataba así de apelar a la cordura de su amante, no podía creer lo que estaba escuchando.

-Las niñas estarán bien. Domenica Agustina y Giuseppina ya lo saben, se los he dicho. Ellas ya son dos señoritas y decidieron que vivirán en Barracas nuevamente, con Vittoria, en esa casa hay lugar de sobra y cuentan con el dinero del alquiler de nuestra antigua propiedad.   

Bernardo no podía creer lo que estaba escuchando, sería siempre el último en enterarse de todo?

Por su parte, Elisabetta, aquejada por el dolor de la pérdida de Lorenzo y la soledad repentina a la que no estaba acostumbrada, decidió radicarse en Méjico, país donde tenía cuantiosas amistades, especialmente en el arte, donde se sentía como pez en el agua. Así, pudo palear levemente su angustia. Su hijo Santos no la acompañó, pero, prometió visitarla al menos dos veces al año.

Bernardo continuó al frente de la Mutualidad y pudo comenzar negocios de compra y venta de cuadros y antigüedades, lo que permitía tener un buen pasar económico. En su generosa forma de ser, Bernardo fue un gran padrastro para Giuseppina, que había quedado huérfana de padre siendo tan joven. Bernardo, como los hechos lo demostraban, estaba destinado a criar hijos ajenos. El, pensaba que nada era coincidencia, que por algo la vida había dejado en sus manos, primero a Santos y luego a Giuseppina, aunque de distinta madre, teniendo ambos el mismo padre natural.  

Santos, de la mano de su padrastro, se inició en el mismo negocio, el de la compra y venta de cuadros y similar, y dos años después de la muerte de Lorenzo, seguía radicado en Argentina. 

Domenica, amante de la pintura, se dedicó de lleno al arte, pudiendo exponer sus cuadros en Argentina de la mano de Bernardo y, gracias a Elisabetta, en Méjico. 

Con el correr de los años, Santos y Agustina, ya pasados los treinta años y sin relaciones estables, tuvieron un acercamiento y permanecieron juntos desde ese momento, aunque sin los votos matrimoniales que dictaba la época. Tuvieron, sin embargo, dos hijos, un varón y una mujer. Al primero lo nombraron Lorenzo y a la niña, Elisabetta, en honor al amor que los padres de Santos nunca pudieron disfrutar en paz.

Emiliana vivió su vida como hermana de la caridad, y por fin, de una vez por todas, sintió paz en su alma.

Giuseppina, cursó estudios de literatura y filosofía. Se convirtió en una prominente escritora, trascendió las fronteras con sus obras literarias, siendo su estilo predilecto, por supuesto, la narrativa melodramática. Su personalidad burbujeante y a la vez cavilosa, por momentos, muy introspectiva, plasmada en cada una de sus obras, ejercía una atracción particular en sus lectores, entre los que se encontraba Elisabetta. Esta, ya entrada en años, pasaba tardes enteras deleitándose con la lectura de los libros de Giuseppina, tanto, que como su mayor admiradora, la invitó a radicarse en su casa de Méjico. Las personalidades de ambas se complementaban, se entendían, por lo que el destino las unió cual madre e hija. Giuseppina pasó su vida escribiendo y viajando, presentando sus obras por diferentes lugares, conociendo y observando culturas, material fundamental para sus historias. Nunca se casó. Cuando juntó dinero, adquirió una hermosa casa en Baja California y la llenó de mascotas.      

Ya adultos mayores, los descendientes de Emiliana, Lorenzo y Elisabetta, se encargaron de la difícil decisión del destino final de sus padres. Al morir Elisabetta, sus restos fueron cremados, los de Lorenzo fueron recuperados y luego de su cremación, fueron unidas sus cenizas a las de Elisabetta y, así, juntas, fueron esparcidas al viento en el barrio de La Boca desde el viejo balcón de la que alguna vez supo ser la pensión de Doña Rosa. Annunziatta y Cinzia, profundamente conmovidas, con los ojos colmados de lágrimas, y Santos y Agustina, a un costado, abrazados, realizaron este último deseo. Era un hermoso día soleado de primavera y las cenizas de Lorenzo y Elisabetta destellaban pequeños brillos con el reflejo de los rayos del sol.

Por su parte, por pedido de Bernardo, a su fallecimiento, su ataúd fue depositado en el cementerio de La Recoleta, por el que tenía predilección por su historia y su belleza artística. La última en dejar su existencia fue Emiliana uniéndose a Bernardo en la misma bóveda, donde descansaron juntos… 

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